El Fado y la Libertad
La imagen más antigua que tenemos del fado son los amoríos entre una prostituta, Severa, la primera fadista conocida, y un ar istócrata, el conde de Vimioso, caballero aclamado en las corridas de toros de mediados del siglo XIX.
Hay quien viera en esa unió n la convergencia de los excluidos del nuevo orden liberal: el lumpen, sediento de héroes; y la nobleza absolutista, derrotada en la guerra civil y necesitada de público.
Amores clandestinos. Y una canción de excluidos.
No se libraba de contradiccione s este canto libre de los adversarios del liberalismo. El arte desafía muchas veces a la lógica. ¿No sirvió más tarde el fado tradicional el texto codificado de poetas homosexuales, como Linhares Barbosa o Pedro Homem de Mello?
Los burgueses tal vez fuer on los últimos que toleraron el fado, inquietante para quien cree en la solidez del mundo y los negocios. Los trabajadores lo adoptaron antes y crearon una variante propia, el fado obrero, reivindicativo.
En 1926, la dictadura militar trajo la censura. Durante décadas, se impidieron los versos peligrosos. Pero Amália, estrella internacional, pudo darse el lujo de cantar (incluso en televisión) un poema sobre un preso político.
La Revolución de Abril, hace medio siglo, trajo la libertad; libertad de la q ue el fado también se iba a beneficiar.
El fado es libre como toda expresión artística digna, incluso cuando, muchas veces, la creencia en el destino parece desmentir el ejercicio de la libertad.
El arte nunca es un puerto seguro para quien tema las contradicciones. La libertad tampoco.